23 de mayo – El Obelisco se levanta: 89 años del símbolo porteño
El Obelisco cumple 89 años. Fue discutido, ignorado, decorado y celebrado. Hoy, sin pedir permiso, sigue siendo el punto de encuentro de una ciudad que no se queda quieta.
Mayo, 2025

El 23 de mayo de 1936, Buenos Aires amaneció con una nueva silueta. Entre colectivos, tranvías y carteles, una aguja blanca comenzaba a imponerse sobre el cruce de la Avenida Corrientes y la flamante 9 de Julio. En apenas 31 días de obra, el Obelisco se había alzado como nuevo centro geométrico y simbólico de la ciudad. Alto, áspero, vertical: parecía un signo de exclamación plantado en el corazón porteño.
No todos lo celebraron. En sus primeros años, el Obelisco fue más una polémica que un ícono. Se discutía su utilidad, su estética, su costo. Algunos proponían demolerlo. Otros lo comparaban con lápices, chimeneas, sarcófagos. Pero la ciudad se encargó de adoptarlo. Con el tiempo, dejó de ser una rareza y se volvió punto de encuentro, de festejo, de duelo y de espera. Cada generación le agregó un sentido. O varios.
Diseñado por Alberto Prebisch, uno de los arquitectos del modernismo argentino, el monumento se inauguró para conmemorar los 400 años de la primera fundación de Buenos Aires. Pero más allá de su anclaje histórico, lo que impuso fue una idea de ciudad: ordenada, moderna, monumental. Un hito urbano que organizaba el espacio como un reloj marca la hora.
A lo largo de las décadas, el Obelisco fue escenario de todo: desde la consagración mundial del ‘78 hasta el beso de dos desconocidos en plena pandemia. Fue escenografía de publicidades y de protestas, blanco de graffiti y lienzo de mapping. Se lo abrazó, se lo trepó, se lo cubrió con preservativos gigantes, se lo pintó de rosa, se lo convirtió en bandera. Y sin embargo, sigue siendo él.
Buenos Aires lo mira de reojo. Lo esquiva. Le da la espalda. Pero también vuelve a él. Como quien vuelve a un faro, a un símbolo inevitable. A ese lugar donde todo comienza o termina. O simplemente pasa.
Hoy, 89 años después, el Obelisco ya no necesita justificar su existencia. Está ahí. Sigue ahí. Como testigo de una ciudad que cambió mil veces sin moverse del mismo lugar. Un lugar que, gracias a él, todos saben nombrar.
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